Mi buena amiga Begoña Dominguez siempre me abre puertas
a las mejores exposiciones de Madrid y en este caso su cariño y su conocimiento
llegan con un entusiasmo y una admiración por una pintora especial y con
gran valor.
El trabajo
de Begoña combinado con mi intención de divulgar la obra de Maria Blanchard nos
acercan a una pintora que tiene una trayectoria especial como podréis ver.
Nacida
el mismo año que Picasso, Gargallo o Vázquez Díaz, Blanchard perteneció
a una generación de artistas cuyo reconocimiento nunca fue parejo con el suyo.
Ha sido y aún sigue siendo hoy, 80 años después de su muerte, la gran
desconocida del grupo de artistas que consolidaron la renovación artística
de principios del siglo XX.
En mitad de este ambiente de continuo cambio, el
caso de M. Blanchard fue el de una artista genial marcada por la belleza
física que trasladaba a sus cuadros, pero de la que ella misma adolecía.
Al contemplar la obra de Blanchard tenemos la sensación
de que su amor por la belleza se canaliza a través de la práctica misma
de pintar.
Su figura ha pasado sin pena ni gloria por la reciente
historia de nuestra pintura, precisamente por su condición de mujer. El
cubismo, dominado de principio a fin por hombres, dejó poco margen de maniobra
a esta creadora nacida el mismo año que Pablo Picasso.
Este año 2012, ochenta años después de su
fallecimiento, se rinde homenaje a la pintora María Blanchard. El museo ReinaSofía de Madrid, recoge el testigo en la exposición que nos ofrece.
La muestra del museo madrileño está estructurada en las tres
etapas del desarrollo creativo de la artista, la cubista de 1913 a
1919,
En esta obra, el
dibujo preciso de las molduras de un arco de elementos curvos, inscrito sobre
un gran plano blanco, da concreción y al mismo tiempo nos transmite algo más de
la artista : su gran capacidad para el dibujo. Sin embargo, aquí, nos resulta
difícil construir visualmente los objetos de los que está compuesto el cuadro.
y por último su vuelta a la figuración de 1919 a
1932, que es su periodo más intimista.
En 1920 hay una vuelta de María Blanchard a la figuración que fue acorde
con el ambiente del momento.
Entre los críticos
más conservadores había crecido un recelo hacia el cubismo y las vanguardias
de preguerra, que se consideraban elitistas y antipatrióticas. Se
buscaba lo específicamente francés y
eso se vinculaba a la tradición y a las raíces. Era preciso recuperar
el pasado para reconstruir el presente. Se hicieron retrospectivas de
Renoir, Rafael, Fragonard, Ingres… Este regreso al orden ya lo había iniciado
incluso Picasso en la escenografía del ballet. Parade Los museos recuperaban la forma de las cosas y la
apariencia del mundo.
El viraje que
experimentó la obra de María Blanchard era totalmente acorde con el
nuevo artista moderno. Pasará por un diálogo
con la tradición, pero sin olvidar los beneficios que el cubismo
había aportado a su técnica y a su comportamiento pictórico. Visitaba museos y
asistía a exposiciones, pero en soledad, pues ya no gozaba de la camaradería
de Rivera, Gris y Lipchitz. Viajó a Bruselas y conoció a algunos marchantes que
luego serán su apoyo más firme en su nueva forma de pintar, agrupados con el
nombre de Ceux de Demain (los de
mañana).
María dominaba varias técnicas pictóricas como el pastel,
la acuarela, la tinta o el lápiz, pero sobre todo, utilizó el óleo.
Encontramos en sus cuadros varias formas de pintar, unas más acabadas
consiguiendo superficies compactas de óleo para crear superficies
esmaltadas como las de sus cuadros cubistas, y otra veces, el tratamiento
es mucho más suelto y libre y las pinceladas se hacen plenamente
visibles, con toques de color no circunscrito contornos lineales.
El gesto de la pincelada, su dirección y la carga de
pastosidad del color serán más propios de sus años finales.
En el dibujo preparatorio de estas obras, las líneas
trazadas a lápiz no son continuas, sino que se solapan dejando pequeños
huecos sin cubrir. Están trazadas con seguridad y energía, conservando una
geometrización básica, y establecen sombreados fundamentales, marcándolos con
distinta intensidad para indicar el futuro claroscuro. Apunta la composición y
el tratamiento lumínico que luego llevará a cabo en el lienzo. Las luces y el
color están ya presentes en sus bocetos, siguiendo una técnica muy parecida a
Cézanne en sus cuadros inacabados.
Una de sus últimas obras LA CONVALECIENTE será el
broche de este trabajo
Una joven duerme convaleciente en su butaca de
mimbre ante la ventana. Aunque su rostro muestra tonos apagados y cetrinos,
los brillos iluminan la figura, cuya máxima expresividad radica
en el rostro oval, alargado y ladeado, y en sus manos cruzadas.
Entre el sueño y la muerte, Hipnos y Tanatos de los clásicos, la convaleciente
de Blanchard, que descansa en un interior cálido
y bien iluminado, recuerda a las figuras del Greco y de Luis de Morales.
El drama de la enfermedad no es gesticulante,
pues María siempre evitará representar escenas de dolor y miseria,
temas que gozaron de gran predicamento entre los pintores de finales del siglo
XIX y principios del XX, y que Picasso llevó a la modernidad en su época azul.
María, en cambio, contiene la expresión y evita recrearse en lo dramático,
dándonos con el título el dato esperanzador de que la enferma está
convaleciente, de que puede recuperar su salud y el rosado de sus mejillas:
“María no pinta ideas, pinta sensaciones”.
GRACIAS BEGOÑA
4 comentarios:
"La convaleciente" me ha llevado hacia atrás (Picasso) y hacia delante (Lucian Freud). ¡Qué bueno despertar la mente... y la ambición por saber más y hacer las cosas mejor!
Es cierto, es una artista vanguardista y rompedora con muy poco reconocimiento. Se movió en varias corrientes artísticas, como bien refleja tu post, entre la abstracción y lo figurativo, pero siempre con suma elegancia. Iré pronto a Madrid, si puedo me acercaré a contemplar su obra. Un placer visitarte y saludarte, Pilar.
La conocí por tus comentarios sobre ella, y fuí a verla al Reina Sofía, y me gusta mucho. Un beso profe
Pilar:
Por fin he visto la exposición de María Blanchard. Ayer nos escapamos Loli y yo y tuvimos la oportunidad de disfrutar de una muestra tan importante y representativa de la pintora cántabra o parisina, según se mire.
Me han parecido excepcionales sus cuadros cubistas. Creo que no tienen nada que envidiar a nadie: ni a Picasso, ni a Braque, ni a Juan Gris. No obstante, es su última etapa, esa figurativa que algunos llaman “realismo mágico”, donde consigue que el color, al modelar volúmenes, de vida a los objetos y, sobre todo, a las figuras. ¡Qué maternidades! Y qué decir de esa niña que sujeta un globo que se escapa y se la lleva detrás de él. Sí, maravillas del color que da vida a todo lo pintado: espacios, objetos, personajes.
Sí, amiga mía, las mujeres y los niños de María Blanchard están vivos, se mueven ahí, dentro del recuadro del marco, lo mismo que los que pintara el sevillano Velázquez. Seguro que salen de paseo por las noches a recorrer las calles del “Reina Sofía” —como otros hacen en el Prado, según Mujica Lainez— y se acercan hasta su amiga convaleciente para ver cómo sigue.
Gracias, Pilar, por haberme recordado que existió María Blanchard.
Un beso,
Cecilio
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