La fuente de Narciso fue diseñada por Joaquín Dumandré para el rey Carlos IV; está hecha en plomo fundido.
Representa
a Narciso , un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope.
Cuando él
nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo
sería su perdición, y así su madre evitó siempre espejos y demás
objetos en los que pudiera verse reflejado. Narciso creció así
hermosísimo sin ser consciente de ello, y haciendo caso omiso a las
muchachas que ansiaban que se fijara en ellas.
Quizás porque de
alguna manera Narciso se estaba adelantando a su destino, siempre
parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos, como ajeno a
cuanto le rodeaba.
Daba largos paseos sumido en sus cavilaciones, y uno
de esos paseos le llevó a las inmediaciones de la cueva donde Eco
moraba. Nuestra ninfa de los bosques le miró embelesada y quedó prendada
de él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse.
Narciso
encontró agradable la ruta que había seguido ese día y la repitió
muchos más. Eco le esperaba y le seguía en su paseo, siempre a
distancia, temerosa de ser vista, hasta que un día, un ruido que hizo al
pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su presencia,
descubriéndola cuando en vez de seguir andando tras doblar un recodo en
el camino quedó esperándola. Eco palideció al ser descubierta, y luego
enrojeció cuando Narciso se dirigió a ella.
- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me sigues?
- Aquí... me sigues... -fue lo único que Eco pudo decir, maldita como estaba, habiendo perdido su voz.
Narciso
siguió hablando y Eco nunca podía decir lo que deseaba. Finalmente,
como la ninfa que era acudió a la ayuda de los animales, que de alguna
manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eco le profesaba. Ella
le miró expectante, ansiosa... pero su risa helada la desgarró. Y así,
mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que
albergaba en su interior, Eco moría. Y se retiró a su cueva, donde
permaneció quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro
apenas, las últimas palabras que le había oído... "qué estúpida... qué
estúpida... qué... estu... pida...". Y dicen que allí se consumió de
pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de
la cueva...
Pero el mal que haces a otros no suele salir
gratis... y así, Nemesis, diosa griega que había presenciado toda la
desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que había
vuelto a salir a pasear y le encantó hasta casi hacerle desfallecer de
sed. Narciso recordó entonces el riachuelo donde una vez había
encontrado a Eco, y sediento se encaminó hacia él. Así, a punto de
beber, vio su imagen reflejada en el río. Y como había predicho
Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente. Quedó absolutamente
cegado por su propia belleza, en el reflejo. Y hay quien cuenta que ahí
mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros
dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella y
murió ahogado tras lanzarse a las aguas. En cualquier caso, en el lugar
de su muerte surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el
Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose
siempre en ellos.
La escultura tiene la siguiente descripción:
En
el centro se encuentra un peñasco sobre el que descansa Narciso,
inclinado sobre las aguas con el objeto de contemplar su figura. Un
perro y un pavo real (símbolo de la vanidad) completan la escena
adornada de flores, narcisos, ranas, cabezas de cocodrilo y jarrones con
asas en forma de cuello de cisne. Después de 1808, Isidro González de
Velázquez reconstruyó los desperfectos ocasionados durante la invasión
francesa, introduciendo a 4 atlantes que parecen sostener la figura de
Narciso. Además se dispusieron también 4 canastillos dentro del pilón,
de los que brotan 4 surtidores de agua. En este mismo lugar estuvo
situada la fuente de Ceres, hoy en el jardín del Parterre.
domingo, 5 de mayo de 2013
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