viernes, 25 de septiembre de 2009
sábado, 19 de septiembre de 2009
LA “IMPRESIÓN” DEL NUEVO CURSO
Al comenzar el nuevo curso viene a mi mente una obra que se podía considerar la “joya” del museo Marmottan de París.
Es una pintura de tamaño mediano que tiene el privilegio de haber dado nombre al impresionismo.
No se trata de la descripción de un paisaje, sino de la impresión del artista ante un momento muy particular del día: el amanecer, como particular es para mí el amanecer del nuevo curso.
Monet pintó el amanecer sobre un puerto. La sensación atmosférica domina una escena en donde las formas desaparecen casi por completo. Mientras que el sol "lucha" por despuntar, las neblinas del puerto van apareciendo, creando magníficos reflejos anaranjados en el mar y en el cielo.
La mancha oscura y evanescente que aparece en el centro de la escena nos deja reconocer una embarcación pequeña con dos personas a bordo.
La pintura la situamos claramente fuera de la tradición académica y buscamos en ella sensaciones de luz y color, contempladas al aire libre directamente, y esto hace que Monet renuncie a la paciente ejecución del dibujo y a la aplicación de composiciones clásicas.
Si queremos podemos comparar a la pintura impresionista con el desarrollo de la literatura francesa de finales del siglo XIX que nos indica el camino a la búsqueda del valor de las sensaciones y de la memoria involuntaria.
Si nos fijamos en el fondo de la escena se intuyen a pesar de la confusión que ejerce la bruma, formas de barcas, grúas, elementos relacionados con la industria que junto a los humos nos llevan a una confusión con la niebla en una extraordinaria vibración de luz.
En cuanto a la esfera anaranjada-roja que domina cromáticamente la pintura hace reverberar la tonalidad cálida sobre los fríos tonos azules y grises, tanto en el reflejo alargado del sol sobre el agua como en las sutiles tonalidades rosadas que se ven en las nubes.
Es una pintura de tamaño mediano que tiene el privilegio de haber dado nombre al impresionismo.
No se trata de la descripción de un paisaje, sino de la impresión del artista ante un momento muy particular del día: el amanecer, como particular es para mí el amanecer del nuevo curso.
Monet pintó el amanecer sobre un puerto. La sensación atmosférica domina una escena en donde las formas desaparecen casi por completo. Mientras que el sol "lucha" por despuntar, las neblinas del puerto van apareciendo, creando magníficos reflejos anaranjados en el mar y en el cielo.
La mancha oscura y evanescente que aparece en el centro de la escena nos deja reconocer una embarcación pequeña con dos personas a bordo.
La pintura la situamos claramente fuera de la tradición académica y buscamos en ella sensaciones de luz y color, contempladas al aire libre directamente, y esto hace que Monet renuncie a la paciente ejecución del dibujo y a la aplicación de composiciones clásicas.
Si queremos podemos comparar a la pintura impresionista con el desarrollo de la literatura francesa de finales del siglo XIX que nos indica el camino a la búsqueda del valor de las sensaciones y de la memoria involuntaria.
Si nos fijamos en el fondo de la escena se intuyen a pesar de la confusión que ejerce la bruma, formas de barcas, grúas, elementos relacionados con la industria que junto a los humos nos llevan a una confusión con la niebla en una extraordinaria vibración de luz.
En cuanto a la esfera anaranjada-roja que domina cromáticamente la pintura hace reverberar la tonalidad cálida sobre los fríos tonos azules y grises, tanto en el reflejo alargado del sol sobre el agua como en las sutiles tonalidades rosadas que se ven en las nubes.
jueves, 3 de septiembre de 2009
El intimismo de Vermeer
Hay, en la pintura de Vermeer , un encanto en la descripción de los interiores cotidianos, y a la vez, es uno de los temas favoritos de este pintor.
En estos interiores, el artista desarrolla el rutinario devenir de la existencia con una quietud encantadora donde se respira la satisfacción de todo lo que rodea lo más simple de la vida.
La percepción de la realidad alcanza una plenitud que actúa de forma envolvente como una luz que va marcando una profunda serenidad.
La costurera de 1670, es uno de los cuadros más famosos de Vermeer, aunque es un poco una obra atípica con relación a otras escenas de interior de este artista. Aquí la muchacha ocupada en la costura se sitúa en un primer término y por su tamaño centra toda la atención en la figura, mientras que el espacio circundante se reduce a un fondo neutro.
No obstante, esa sencillez que invade todo el cuadro confiere a esta pintura una fascinación frágil y preciosa.
Jan Vermeer de Delft (1632-1675), es el más exquisito artista de esa quietud. Con él, se puede sentir el silencio de los personajes en algunos momentos íntimos de sus vidas.
LOS ARTISTAS EN TIEMPOS DE VERMEER
En torno a 1648, se fue gestando en la burguesa y protestante Holanda un nuevo estilo de vida, a raíz de su separación de los vecinos flamencos del sur.
Estos cambios tuvieron consecuencias decisivas para el desarrollo artístico, tanto en lo que respecta a la promoción y consideración del artista, como a los clientes y temas que trató.
Se realizaban obras de menor tamaño, motivadas por los encargos de a una clase media burguesa.
La producción de los pintores se distribuía a través de la figura del marchante, persona dedicada a la compra-venta de cuadros, que con el tiempo cobró gran importancia como intermediario entre los artistas y el público. Por los tanto había un claro dominio de las leyes del mercado, que, por naturaleza resulta ajeno a la existencia del buen gusto.
Se pintaron temas distintos de los de las otras escuelas, donde la mitología y la religión eran argumentos dominantes. En Holanda, tenía más interés todo lo que se relacionara con la realidad cotidiana, las personas y sus actividades, bodegones y paisajes.
La vista de su ciudad natal, Delft, es una excelente explicación de la sensibilidad y el estilo de Vermeer.
No se trata de una vista precisa y objetiva ya que solo algunos edificios responden a la realidad arquitectónica contemplada desde el exterior de las murallas y los canales que rodean el centro histórico de Delft.
Estoy segura que Vermeer integró y modificó la realidad con un toque de fantasía, afecto y libertad del recuerdo de su ciudad.
En estos interiores, el artista desarrolla el rutinario devenir de la existencia con una quietud encantadora donde se respira la satisfacción de todo lo que rodea lo más simple de la vida.
La percepción de la realidad alcanza una plenitud que actúa de forma envolvente como una luz que va marcando una profunda serenidad.
La costurera de 1670, es uno de los cuadros más famosos de Vermeer, aunque es un poco una obra atípica con relación a otras escenas de interior de este artista. Aquí la muchacha ocupada en la costura se sitúa en un primer término y por su tamaño centra toda la atención en la figura, mientras que el espacio circundante se reduce a un fondo neutro.
No obstante, esa sencillez que invade todo el cuadro confiere a esta pintura una fascinación frágil y preciosa.
Jan Vermeer de Delft (1632-1675), es el más exquisito artista de esa quietud. Con él, se puede sentir el silencio de los personajes en algunos momentos íntimos de sus vidas.
LOS ARTISTAS EN TIEMPOS DE VERMEER
En torno a 1648, se fue gestando en la burguesa y protestante Holanda un nuevo estilo de vida, a raíz de su separación de los vecinos flamencos del sur.
Estos cambios tuvieron consecuencias decisivas para el desarrollo artístico, tanto en lo que respecta a la promoción y consideración del artista, como a los clientes y temas que trató.
Se realizaban obras de menor tamaño, motivadas por los encargos de a una clase media burguesa.
La producción de los pintores se distribuía a través de la figura del marchante, persona dedicada a la compra-venta de cuadros, que con el tiempo cobró gran importancia como intermediario entre los artistas y el público. Por los tanto había un claro dominio de las leyes del mercado, que, por naturaleza resulta ajeno a la existencia del buen gusto.
Se pintaron temas distintos de los de las otras escuelas, donde la mitología y la religión eran argumentos dominantes. En Holanda, tenía más interés todo lo que se relacionara con la realidad cotidiana, las personas y sus actividades, bodegones y paisajes.
La vista de su ciudad natal, Delft, es una excelente explicación de la sensibilidad y el estilo de Vermeer.
No se trata de una vista precisa y objetiva ya que solo algunos edificios responden a la realidad arquitectónica contemplada desde el exterior de las murallas y los canales que rodean el centro histórico de Delft.
Estoy segura que Vermeer integró y modificó la realidad con un toque de fantasía, afecto y libertad del recuerdo de su ciudad.
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