Al comenzar el nuevo curso viene a mi mente una obra que se podía considerar la “joya” del museo Marmottan de París.
Es una pintura de tamaño mediano que tiene el privilegio de haber dado nombre al impresionismo.
No se trata de la descripción de un paisaje, sino de la impresión del artista ante un momento muy particular del día: el amanecer, como particular es para mí el amanecer del nuevo curso.
Monet pintó el amanecer sobre un puerto. La sensación atmosférica domina una escena en donde las formas desaparecen casi por completo. Mientras que el sol "lucha" por despuntar, las neblinas del puerto van apareciendo, creando magníficos reflejos anaranjados en el mar y en el cielo.
La mancha oscura y evanescente que aparece en el centro de la escena nos deja reconocer una embarcación pequeña con dos personas a bordo.
La pintura la situamos claramente fuera de la tradición académica y buscamos en ella sensaciones de luz y color, contempladas al aire libre directamente, y esto hace que Monet renuncie a la paciente ejecución del dibujo y a la aplicación de composiciones clásicas.
Si queremos podemos comparar a la pintura impresionista con el desarrollo de la literatura francesa de finales del siglo XIX que nos indica el camino a la búsqueda del valor de las sensaciones y de la memoria involuntaria.
Si nos fijamos en el fondo de la escena se intuyen a pesar de la confusión que ejerce la bruma, formas de barcas, grúas, elementos relacionados con la industria que junto a los humos nos llevan a una confusión con la niebla en una extraordinaria vibración de luz.
En cuanto a la esfera anaranjada-roja que domina cromáticamente la pintura hace reverberar la tonalidad cálida sobre los fríos tonos azules y grises, tanto en el reflejo alargado del sol sobre el agua como en las sutiles tonalidades rosadas que se ven en las nubes.
sábado, 19 de septiembre de 2009
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