Hay muy pocos artistas cuya obra represente la unión entre su sello personal con una fama imperecedera.
También son pocos los artistas que a simple vista sean reconocidos al contemplarse una obra suya aunque no la hayamos visto nunca.
Eso me sucede con las figuras de Leonardo da Vinci, con los personajes de Modigliani que parecen ausentes y sobre todo con los serenos protagonistas de Botticelli.
Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi era el nombre de Botticelli cuya biografía Giorgio Vasari incluyó dentro de su clásica recopilación “Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos”, que vio su edición definitiva en 1568, más de medio siglo después de la muerte de Filipepi.
Vasari cuenta que era un niño impaciente; y nada le satisfacía en las escuelas. Su padre le llevó a un taller de un amigo orfebre llamado Boticello (se podría traducir como tonelete).
A través de la orfebrería, Sandro Botticelli irá introduciéndose en el mundo del arte y de los artistas. Tuvo que acercarse a los círculos neoplatónicos de Florencia para estar al corriente de la nueva sensibilidad que es la que tomaría el rumbo de su producción. El aire andrógino de sus figuras, su aire de ensoñadora melancolía, son frutos directos del pensamiento neoplatónico de su época y de su lugar, la Florencia de los Médicis.
Cuando Botticelli tiene veinticinco años,(1470), se establece como artista independiente, volcado sólo en su arte.
En 1480,es el momento en que alcanza la plena madurez, antes habrá dejado obras muy destacables e incluso indudables obras maestras como “La adoración de los Reyes Magos”
en la que los astrólogos errantes son encarnados por tres importantes miembros de la familia Médicis y el propio Botticelli comparece como espectador que se vuelve hacia el observador.
Es justamente este oportuno homenaje a la dinastía medicea la que le abre las puertas a los encargos por parte de la familia, siendo su comitente más destacado, y también amigo, Giuliano de Médicis, cuya vida será corta.
“El nacimiento de Venus” y “La primavera” son las dos obras insuperables de Botticelli, también las más complejas.
Realizadas para un miembro de la rama menor de los Médicis, junto a “Palas y el Centauro”, son la ilustración de las teorías neoplatónicas de Marsilio Ficino.
Ambas obras comparten el personaje central, Venus. En ambos casos, sus facciones son las de Simonetta Vespucci (muerta en 1476 de tuberculosis).
La complejidad iconográfica de las dos obras es inagotable, como lo es la discusión sobre las fuentes literarias de ambas. En el caso del cuadro sobre Venus, su fuente principal parece ser un poema de Angelo Poliziano: «Por los céfiros lascivos empujada / veríais la diosa que del mar salía / exprimiendo cabellera remojada / mientras el pecho la cubría».
Tras la muerte de Lorenzo el Magnífico, en 1494 se instaura en Florencia un régimen republicano bajo la férula del monje Girolamo Savonarola, un ardiente reformista apocalíptico que no tardará en levantar piras, llamadas “Hogueras de las Vanidades”, de siete pisos (uno por cada pecado mortal) en las que arderán libros, objetos de lujo y obras de arte.
Sandro Botticelli muere en Florencia el 17 de Mayo del 1510, a los 65 años. Hay contradicciones con respecto a su muerte, unos dicen que murió pobre y otros dicen que al ser protegido por la dinastía de los Médicis murió siendo rico y dueño de grandes extensiones de tierra.
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